domingo, 10 de octubre de 2021

1.- El romanticismo de viajar en clásico por carreteras de antaño

 La época que nos ha tocado vivir, sobre todo en las grandes ciudades, ha creado eso que se ha dado en llamar ‘La sociedad de la prisa. Quizás, un planteamiento más racional de nuestro tiempo y una programación más seria de nuestras actividades nos dieran como resultado un mayor ahorro de energías , y, con ello y en definitiva, tendríamos más sosiego, más tranquilidad, pero sobre todo una vida mucho mejor.




Con estas palabras del gran Paco Costas comenzaba, en 1.976, el Capítulo número 4 de la inolvidable serie televisiva La Segunda Oportunidad.



Han transcurrido ya más de tres décadas desde entonces, y, si ya en aquellos lejanos años setenta los atascos, los grandes embotellamientos, el tráfico caótico, el ajetreo circulatorio y las prisas comenzaban ya a estar presentes en nuestras actividades cotidianas, actualmente no sólo esta forma de vida está plenamente vigente en nuestros quehaceres del día a día, sino que el ritmo frenético que nos impone nuestra rutina se ha acrecentado hasta el límite de vivir al minuto todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia para poder atender las continuas demandas que nuestras inflexibles responsabilidades precisan.





Nuestra red viaria ha cambiado también sustancialmente con el devenir de los tiempos. Miles de kilómetros de nuevo trazado en forma de autopistas, autovías y vías rápidas de toda índole nos permiten ir más rápido, en línea prácticamente recta, salvando la orografía en forma de túneles, puentes, viaductos, desmontes y otras tantas conquistas de ingeniería que nos permiten ir desde A hasta B en el mínimo tiempo posible, sin preocuparnos por lo escarpado del terreno, salvando poblaciones, obviando rodeos, etc etc...





Igualmente, los artefactos mecánicos que tenemos hoy en día a nuestra disposición son más rápidos, más silenciosos, plagados con todo tipo de comodidades como el aire acondicionado, lunas oscurecidas, navegador, control de crucero y toda una pléyade de gadgets electrónicos para hacer más cómodo y placentero nuestro viaje.

Hemos ganado en calidad carreteras y hemos ganado en calidad de vehículos. Ahora bien, ¿qué hay de la prisa, el estrés, el ritmo frenético de nuestras vidas? Me temo que en ese sentido no hemos obtenido ganancia alguna con el paso de los años.


Red Viaria - 1976
Red Viaria en 1.976


Pasear por las carreteras secundarias semiabandonadas de nuestra vieja red viaria, y hacerlo circulando en un coche clásico, es para mí uno de los ejercicios más relajantes y evasivos de las preocupaciones del estresante ritmo de vida actual. Una forma envidiable de desconectar del mundanal ruido e imaginar que vuelves a esos tiempos de hace décadas donde cada viaje era una aventura, sin ritmos endiablados de conducción ni velocidades al límite, sin ser esclavos del móvil, WhattsApp ni Redes Sociales, sabiendo que a la vez que conduces el coche sentirás el paisaje y el color de los pueblos que encontrarás a tu alrededor, sin apenas tráfico y con la carretera toda para ti. Sí, la carretera, con sus curvas, con sus cambios de rasante, con sus puertos de montaña y sus serpeteantes valles, como antaño...



Antes las cosas eran más sencillas, menos estresantes.



'CARRETERAS SECUNDARIAS' es un blog donde periódicamente iré insertando imágenes y relatos correspondientes a mis viajes en clásico y paseos por las carreteras secundarias de nuestra red viaria.

Gracias por tu atención. 


martes, 9 de octubre de 2018

El placer de viajar en coche clásico

En su célebre obra El Criterio, Jaime Balmes, teólogo, tratadista político, sociólogo y a la sazón uno de los más relevantes filósofos españoles del siglo XIX, relataba una escena imaginaria en la que el famoso pintor renacentista Rafael contemplaba extasiado un oscuro y antiguo cuadro de autor desconocido que mostraba un desolado paisaje crepuscular consistente en un Sol poniente deslizándose por debajo del horizonte y llenando el lienzo de agudas sombras y afilados claroscuros. A levante del cuadro se observaba una tímida Luna emergiendo en cuarto creciente mientras que algunas estrellas comenzaban a resurgir entre las tinieblas celestes. Completaba la escena una mujer que con desgarradores y sobrecogedores ojos parecía implorar con la mirada al cuadrante lunar alguna suerte de conjuro contra cualquier anhelo o desdicha.



En su ensimismamiento ante tamaña escena, Rafael no se percata de que, en determinado momento, acierta a pasar junto a él un peripatético y estrafalario personaje que deambulaba taciturno por los alrededores. Dicho individuo, astrónomo de profesión, se queda mirando ante los ojos embelesados de Rafael en el cuadro, y, reparando en las estrellas y la Luna, comienza a realizar descalificadores comentarios de desaprobación ante lo que él considera tremenda estupidez, explicando desfases e inexactitudes en tangentes a las órbitas, planos que pasan por el ojo del espectador, focos de elipses, meridianos y demás parafernalia matemática, lo que hace irritar a Rafael y marcharse de allí sin contemplaciones y seguir imaginando el cuadro tal y como él lo percibe sin molestarse lo más mínimo en intentar convencer al astrónomo de su propio punto de vista y sus sensaciones.




La parábola que nos enseña Jaime Balmes con semejante relato está clara: una misma realidad puede tener interpretaciones diametralmente opuestas según quién y cómo la examine, y en general las cosas que se perciben con las intangibles emociones distan mucho de ser explicadas con meras ecuaciones matemáticas. En otras palabras, lo que todos ya sabemos: a las cosas del corazón no les pongas cabeza.



Todo este preámbulo viene a colación porque, en este mundillo de los automóviles clásicos, generalmente topamos con estos dos puntos de vista y razonamiento cuando intentamos explicar a un profano qué es lo que nos aporta circular con nuestros coches y qué es lo nos hace disfrutar con ellos. Esta situación, vivida por todos nosotros, se torna aún más acusada en el caso que nos ocupa: realizar un viaje en solitario de varios días de duración con un automóvil fabricado hace casi cuarenta años, incluyendo quizás una salida del país  al extranjero. Si bien una ocasión como esta es algo altamente apetecible para cualquier poseedor de un coche clásico, para alguien no involucrado en esta afición, semejante aventura podrá ser tildada fácilmente como una locura. Quizás (y sólo quizás) seamos capaces de explicar a nuestro hipotético contertulio que prescindir de elementos como el aire acondicionado, el cierre centralizado, la quinta (ó sexta…) velocidad, el control de crucero y demás hierbas tan imprescindibles hoy en día tiene una compensación en aras de realizar el viaje como a la antigua usanza, esto es, sin mirar el reloj, sin tener en cuenta la velocidad, por carreteras de antaño, percibiendo todos y cada uno de los matices del paisaje y de los pueblos por los que vamos pasando, sin prisas por llegar ni horarios establecidos que cumplir ni nadie a quien rendir cuentas, parando y desviándonos donde nos venga en gana, etc…en suma: viajar siendo dueños de nuestro tiempo y de nosotros mismos. Aunque improbable, podría ser posible que nuestro interlocutor, si es una persona un poco razonable y sensible, acceda a comprender un poco nuestro punto de vista en este sentido, pero aún así insistirá en cuestionarnos por qué no hacemos lo mismo pero empleando un coche actual en vez de una antigualla. Y es que intentar transmitir a un profano el placer que confiere viajar en pleno siglo XXI con un vehículo de otra época, es como obstinarse en la imposibilidad física de que en un olmo crezcan peras, y por ello lo mejor es aplicar la táctica de Rafael y no molestarse en acercar razonamientos con astrónomos. Resulta tarea estéril.





jueves, 16 de octubre de 2014

AS-231, atravesando el Aramo






Una de las carreteras secundarias que, a mi juicio, tiene un encanto especial y parece que fue creada para ser disfrutada al volante de un coche, es la AS-231, Pola de Lena-Riosa, en la zona central asturiana y que atraviesa el macizo calcáreo de la Sierra del Aramo de sur a norte.


En estas épocas del es, si cabe, más bonita y encantadora, sobre todo a primeras horas de la mañana con esa luz otoñal tan característica y evocadora.


Recomiendo circular en dirección sur-norte, aunque en el sentido inverso tampoco desmerece ni mucho menos, pero ya se sabe: para gustos se hicieron los colores. Si el lector se decide a ello, saldríamos de la localidad de Pola de Lena, desde el mismo centro de la ciudad.
Muy pronto dejamos atrás el centro urbano y comenzamos a ascender atravesando un pequeño viaducto. A partir de aquí, y en los próximos 8 Km aproximadamente, nos empezaremos a encontrar con curvas y contracurvas siempre en ascenso.







 Pasamos el enclave de La Castañar y seguimos ascendiendo con rampas pronunciadas y curvas de hasta 270º hasta el antiguo poblado e instalacionesmineras de El Texeo (antiguas explotaciones de Hierro y Cobalto), un enclave importante desde el punto de vista del Patrimonio Industrial y que bien merece la pena visitar.


Al cabo de poco trecho coronamos la ascensión, llegando al Alto del Cordal, en donde hay a nuestra derecha un amplio sitio para estacionar y desde donde tenemos unas impagables vistas de toda la Sierra del Aramo.

Descendemos por el Cantu la Vara hasta alcanzar ya La Vega, capital administrativa del Concejo de Riosa, ya en el valle. Siguiendo la AS-231 dejamos a nuestra derecha, tres kilómetros más adelante, el emblemático Pozo Monsacro, uno de los pocos que aún quedan en funcionamiento y atravesamos La Foz de Morcín, un angosto paso entre montañas, para terminar ya nuestro paseo enlazando con la N-630 (‘Ruta de La Plata’)









Minas del Texeo



Poblado minero del Texeo

Cima de El Cordal




Cima de El Cordal, mirando al Norte



Cima de El Cordal, vista Sur














Núcleo urbano de La Vega, abajo al fondo del valle, adonde tenemos que bajar




En invierno, la AS-231 suele estar cubierta de nieve en esa época del año.